Si hay un lugar icónico por escelencia en las islas afortunadas, y más en concreto en Tenerife, ese es el volcán del Teide.
El ascenso al Teide.
Saliendo de mi alojamiento a nivel del mar en el Puerto de Santa Cruz, comienzo rápidamente a ascender las pronunciadas pendientes que me llevan a atravesar la Orotaba, Chasna y Aguamansa. El soleado día en la costa pronto se torna en húmedo, unos kilómetros después en lluvioso y finalmente, una fría niebla lo envuelve todo hasta hecer plantearme el dar la vuelta y regresar.
La corona vegetal
Por suerte, tras una corta parada en un pequeño y solitario mirador, decido proseguir unos minutos más con la esperanza de que mejore el clima. Me encuentro en mitad de la boscosa corona vegetal, de frondosos pinares, a los que las nubes se han agarrado descargando su humedad. Enteramente pareciese que me hubiera desplazado a Asturias en pleno otoño.
A lo largo de la carretera me encuentro con multitud de brigadistas forestales trabajando en repoblar las zonas calcinadas por un importante incendio que tuvo lugar meses atrás.
De repente, como por arte de magia, desaparece instantáneamente la niebla y casi a la par el pinar, dando paso a una panorámica completamente distinta.
El altiplano
El sol luce esplendido y seca mis ropas con rapidez. El clima es delicioso y el nuevo paisaje es sorprendente. Extensiones, casi lunares, de desérticos valles y crestas volcánicas se van sucediendo como lo hacen también las intensas tonalidades que contrastan entre blancas, amarillas, negras y rojizas.
Llego a Minas de San José y aparco mi moto para caminar unos minutos por este sorprendente paraje y tomar una fotos. Desde aquí, muchos senderistas se adentran por los bien señalizados caminos. Un poco más adelante vuelvo a detenerme en el mirador El Tabonal Negro antes de continuar para llegar a las cañadas del Teide, donde se puede tomar el teleférico que permite subir a lo más alto del volcán.
Roque Cinchado
Mas allá, continuando mi ruta, me espera el fantástico Mirador de La Ruleta con su elevada perspectiva sobre el valle yermo, así como los Roques de García y Roque Cinchado que hace muchos años aparecía en los billetes de 1000 pesetas.
El sol ha comenzado a descender en el horizonte. Por la larga, recta y plana carretera voy deshaciendo mis pasos para regresar, con la caída de la tarde, hacia mi destino. Soy consciente de que en unos kilómetros abandonaré el cálido y seco ambiente para sumergirme de nuevo en la lluvia fría que deberé atravesar para llegar, con las últimas luces del día, al Puerto de Santa Cruz, donde descansar y cenar.
En los siguientes días trataré de sibir de nuevo a la cumbre, pero una copiosa nevada me lo impedirá cortando la carretera al comienzo de la corona vegetal. Me tendré que conformar con contemplar al esquivo gigante desde la costa, los escasos ratos que las nubes no lo cubren.