Algunas de las cosas más exóticas que se pueden disfrutar al viajar hacia el este de Europa son los mercados de aquellos países.
Imágenes ya olvidadas en la Europa desarrollada
Anticuados, ajenos a la estandarización y carentes de la asepsia (casi exagerada en algunos casos) que impera en la Europa más desarrollada, estos espacios recuerdan más a los zocos árabes o a los fabulosos bazares que imaginaríamos, más bien, encontrar en Estambul.
Y es que en cierta forma, éste extremo de Europa comparte muchas costumbres y maneras de organizarse con la cercana Turquía, puerta de Asia Menor, quizás muchas más que con la Alemania «cuadriculada» que lidera el continente.
Vitalidad, variedad, realidad…
Estos espacios resultan tremendamente bulliciosos y vitalistas incluso cuando la ciudad aun se encuentra en ese calmado pulso del amanecer y las avenidas principales todavía están casi vacías.
La explosión de colores, olores y la variedad de productos, muchos de ellos desconocidos para el visitante extranjero, despierta una curiosidad inmediata. La propia manera de ofrecer, negociar y vender el género expuesto, a las distintas personas que serpentean entre los puestos, nos resultará llamativa.
Atracción fotográfica
Ya sean de una anciana con pañuelo negro cubriendo la cabeza, o de un joven occidental armado de cámara réflex, o del encargado de las compras de un restaurante de la ciudad … los gestos y maneras de dirigirse al posible comprador varían, capturando inevitablemente la curiosidad del turista que se asoma a ese mundo tan diferente.
Resulta además un reclamo fotográfico inigualable sobre todo si se tiene la posibilidad de enmarcar en un mismo encuadre escenas cotidianas, edificaciones características del lugar y se logra captar todo ello sin interferir en armonía de la escena.
Estos mercados también nos dicen mucho del país que visitamos. Mientras en una gran superficie moderna encontraremos toda clase de productos embasados traidos desde cualquier parte del mundo, los mercados tradicionales nos ofrecen «a granel» aquellos productos de proximidad y que la tradición del país demanda.
Reflejo económico del país
Además observando los precios de los productos más básicos podemos tomar una idea (aunque poco científica, ciertamente) del nivel económico del país y, por ende, de la cantidad de moneda que podemos necesitar cambiar para manejarnos con nuestros gastos diarios.
Pero por encima de todo, estos mercados son una estupenda manera de adaptar, aunque solo sea por unos días, nuestra dieta y nuestro paladar a productos distintos a los que habitualmente consumimos. Probar frutas desconocidas, frutos secos distintos o encurtidos de manera diferente, extrañas especias, …, en definitiva, acercarnos a la cultura gastonomica del país y en gran medida apoyar la economía básica de la zona.
Recueldos de un tiempo pasado en la Europa occidental
Por otra parte, algunos de estos magníficos edificios nos transportan a unos tiempos, quizá lejanos, en los que esta particular arquitectura pobló las ciudades de todo el continente. Mercados semejantes existieron, como tales, en nuestras ciudades y algunos sobrevivieron incluso hasta los tiempos de nuestra niñez.
Hoy en día, la inmensa mayoria han desaparecido o se han transformado, en el mejor de los casos, en lugares de ocio. En los países más avanzados sus bellas bóvedas de hierro ahora cumplen, si acaso, con una función aproximada a la que un día tuvieron, permitiéndonos disfrutar de su encanto, pero no ya desde el uso para el que fueron concebidas.
Nota:
Las imagenes mostradas corresponden a mi viaje realizado el verano de 2018 recorriendo entre otros; Hungría, Croacia, Serbia, Bulgaria y Grecia, paises en los que la influencia del mundo oriental, ortodoxo e islámico se hace más evidente conforme se avanza hacia oriente.