Costeando por el Mediterraneo
Desde el Mirador del Estrecho, con la agradable brisa refrescándonos y la vista fija en el horizonte en el que se dibuja la costa marroquí, comenzamos una nueva etapa del viaje, la que nos llevará a recorrer la costa mediterránea hasta Levante.
Arrancamos el motor y empezamos a descender por el que aquí se conoce como el Puerto del Cabrito. las laderas son verdes y la carretera desciende serpenteante, flanqueada entre la imagen del mar a la derecha, y la de la montaña salpicadas de aerogeneradores a la izquierda.
Conforme nos acercamos a la cota inferior, el calor se vuelve asfixiante y el tráfico cada vez más denso. Estamos llegando a la portuaria ciudad de Algeciras, punto de embarque principal de los africanos que cada año abandonan y retornan a Europa año tras año durante el periodo estival.
Continuamos haciendo kilómetros entre el denso tráfico hasta llegar a la turística y lujosa ciudad occidental de la Costa del Sol.
Marbella
La ciudad es conocida desde hace décadas por su lujo y ambiente lúdico, en el centro de la costa del sol. Tiene una playa urbana estrecha y poco interesante si bien tiene un estupendo paseo marítimo Su casco antiguo es animado y muy hermoso.
Tanto este, como las zonas más modernas de la ciudad, están abarrotada de comercios y locales de ocio bonitos y divertidos.
Las empinadas calles estrechas del casco histórico están encaladas y profusamente ajardinadas y adornadas al puro estilo andaluz.
Aquellas plazas que son algo más amplias están repletas de acogedoras terrazas con sombreados y fuentes. Se mezclan multitud de tiendas de todo tipo con sus escaparates e interiores decorados con mucho gusto.
A la mañana siguiente, salimos a dar un paseo y fotografiar las encantadoras calles que rodean nuestro alojamiento y casi llegando el medio día de partimos de la ciudad para continuar hacia Málaga, fotografiándonos en su arco de bienvenida, famoso por haber aparecido en multitud de películas.
Málaga
La capital de la Costa del Sol nos recibe con un calor tremendo a pesar de estar bien avanzada la tarde ya. Nos instalamos en pleno centro, a escasos metros de la hermosa Calle Larios, peatonal arteria principal del casco histórico de la ciudad.
Salimos a cenar y a recorrer algunos de sus atractivos turísticos e históricos como son los restos romanos y árabes ademas de sus iglesias y catedral. Las plazas y calles está abarrotadas de gente. El ambiente es festivo y el tapeo y la cerveza baratos. ¡Que más pedir!
La mañana siguiente la empleamos en hacer algo de deporte bajo las palmeras de su amplio paseo marítimo, a caminar por el puerto y por último acudimos a la playa de la Malagueta. Al atardecer volvemos al centro para cenar y despedir la jornada.
Con el nuevo día nos ponemos en marcha hacia Almería. Por delante nos espera un paisaje completamente distinto: el desierto almeriense, los pueblos solitarios, las playas perdidas y el enorme mar de plástico, el de los invernaderos que producen millones de toneladas de productos que viajan a toda Europa y llenan de riqueza a esta reseca tierra.
Atravesando la provincia de Granada.
Por el camino, en mitad de la nada en una esquinita de la provincia de Granada, paramos en un minúsculo pueblo entre invernaderos que se asoma a una pedregosa cala bañada por el Mediterráneo; su nombre: El Pozuelo. Entramos a comprar algo de agua en la pequeña tienda que abastece a la población y nos atiende con gran amabilidad su dependienta. Nos cuenta que es un lugar muy tranquilo, que allí a penas acuden turistas y que ella, teniendo el mar al lado, casi no va a la playa. Vive en la planta superior al local y casi nunca sale de la pequeña localidad, que es poco más que un conjunto de casas flanqueando el paso de la carretera local que serpentea junto al mar.
Repostamos a la salida del pueblo y continuamos para encarar, bajo el intenso calor del mediodía en estas desérticas tierras, el último tramo del recorrido hasta llegar a Almería capital.
Almería
Al llegar encontramos las calles desiertas bajo en aplastante sol. Es la hora de comer y la gente está en sus casas esperando que el calor rebaje. Nos dirigimos hacia el alojamiento, que encontramos con facilidad. En la puerta, mientras descargamos el equipaje, nos pone conversación un muchacho argentino que mientras come pipas en un banco, nos cuenta que anda recorriendo el país desde semanas atrás. Intercambiamos impresiones sobre algunas ciudades que ambos hemos visitado y nos despedimos cordialmente. Una vez instalados, nos damos una refrescante ducha, nos ponemos ropa cómoda y salimos a buscar algo que comer en un supermercado a escasos 5 minutos de caminata.
Repuestos, frescos y con la barriga llena, decidimos que por más que haga calor hay que aprovechar la tarde para conocer el Cabo de Gata, así es que, dicho y hecho, cogemos unas pocas cosas y nos vamos hacia el parque nacional.
El cabo de Gata
Aunque dista algunas decenas de kilómetros, el camino se nos hace agradable y bello, sobre todo desde que entramos en el área natural y empezamos a recorrer los paisajes que entremezclan las desérticas tierras solo pobladas por cactus y matorrales propios de esta zona, alternándose con verdes humedales donde garzas, flamencos y otras aves acuáticas gozan a sus anchas. A escasa distancia se encuentra el mar, muy tranquilo en esta zona, y más en la época que estamos.
Este lugar siempre me ha transmitido una extraña sensación de abandono, de soledad, por más que en esta ocasión, estado como estamos en pleno verano, esté concurrido por turistas y veraneantes Supongo que la mezcla de espacios desérticos y abiertos, montañas bruscas, angulosas, despobladas y el mar calmado e infinito provocan una sensación de paz tan aplastante que casi parece detener el tiempo.
Visitamos el mirador del Cabo de Gata, junto al faro, la salina, y con el atardecer marchamos hacia la bonita localidad de San José. Allí nos sentamos a cenar en un agradable restaurante a la entrada de su coqueto puerto, callejeamos, paseamos y casi a oscuras nos quedamos en la playa rodeados de grupitos de adolescentes que allí entretienen la noche.
Después de un rato, decidimos regresar a la capital. La noche es cálida; es una dulzura sentir el aire fresco que nos golpea mientras recorremos la tranquila carretera.
Mazarrón
El nuevo día nos pone en camino hacia la costa murciana. Mientras repostamos aprovechamos para resolver algunos recados pendientes, móvil en mano, y a buscar un buen lugar para alojarnos en la costa murciana. Damos con un pequeño hotel en el Puerto de Mazarrón, lugar donde ya había veraneado una vez en mi niñez y del que tenia un grato recuerdo como lugar tranquilo. Así sigue siendo, al menos en la zona residencial donde acabábamos de reservar. Llegamos a medio día al lugar, dejamos las cosas y nos pusimos cómodos para ir a comer. Mientras estamos decidiendo en que terraza sentarnos (tan solo hay 3 para escoger) rompe a llover con lo que nuestras dudas se disipan rápidamente: la que cuenta con techumbre.
Al acabar la comida ya ha dejado de llover. No tenemos muchas ganas de baño pero si de caminar y sentarnos a charlar y ver pasear a las parejas con niños por la playa. Esta es una zona tranquila de turismo familiar, algunos jubilados y desde luego, no es el lugar para venir buscando juergas locas hasta altas horas de la noche. Tan solo hay un par de chiringuitos de playa sin lujos, pero agradablemente organizados donde tomar una copa antes de ir a dormir.
Alicante
Al día siguiente salimos hacia la ciudad levantina. El camino transcurre por una magnífica carretera entre el mar y grandes fincas de arboles frutales. Mientras vamos avanzando en nuestro trayecto voy pensando que esta tierra realmente es un vergel: Las zonas que están sin plantar tienen un aspecto blanquecino, polvoriento y desértico, pero la mano del hombre mantiene inmensas extensiones arboladas del verde refrescante que proporcionan los cultivos, durante decenas y decenas de kilómetros. Se nos ha hecho muy tarde así es que paramos a comer en un área de servicio (caro y muy «de batalla» como suelen ser estos lugares) antes de meternos en la aglomeración de la capital. Nos cuesta bastante encontrar alojamiento a un precio razonable. Después de descartar una habitación en algo que como mucho podríamos calificar de sótano trastero, tan desastroso que la propia recepcionista del hostal siente vergüenza en enseñarnoslo y nos acepta la cancelación de la reserva, nos encontramos vagando de nuevo bajo el asfixiante calor de la sobremesa. Al final reservamos una habitación modesta en la casa que un matrimonio ucraniano tiene alquilada y de la que saca un dinero extra realquilando sus habitaciones. Dejamos las cosas, nos duchamos y nos marchamos hacia el paseo marítimo.
La zona del puerto está muy animada con un mercadillo y modernas terrazas. Después de curiosear los puestecitos nos sentamos en una mesa a tomar una cerveza y ver el atardecer. Hace mucho calor y la playa, muy iluminada incluso en la noche, continua llena de gente disfrutando del alegre oleaje que va en crescendo.
Nos quitamos la ropa y nos metemos al mar: El agua está buenísima y disfrutamos como niños dejándonos golpear por las olas hasta que el cansancio nos invita a volver a dormir.
Santa Pola
Quedamos con unos amigos con los que nos alojamos y pasamos el día charlando y conociendo la zona. Tras reunirnos con ellos a media mañana y dejar nuestro equipaje en su casa, Vicente nos invita a comer un arroz con costra en casa de su familia. Al parecer es una variedad muy típica de esta zona que yo desconocía. Está bastante bueno, la verdad, eso si, hay que salir a pasear después para rebajar un poco la pesada digestión. Bajamos a la zona del puerto donde hay multitud de terrazas aunque a penas hay gente en ellas. El día es muy cálido y la gente ha debido de optar por echarse la siesta. Cuando el calor desciende un poco, nuestros amigos nos llevan a conocer un mirador que se asienta junto un antiguo faro desde el que se divisa, en lo alto de un monte, toda la costa. El lugar es bonito y como la tarde está ya avanzada, se presta para bajar a la costa que se encuentra bajo él, a darnos un chapuzón con las últimas luces del día. Es una zona de pequeñas calas, casi vírgenes, alejadas del núcleo urbano.
Después de bañarnos, regresamos a la ciudad a cenar y tomar algo antes de ir a descansar.
A la mañana siguiente, recogemos sin prisas nuestras pertenencias, que habíamos aprovechado para lavar, y ponemos rumbo a Benidorm, como cambio de tercio después de varios días de destinos tranquilos.
Benidorm
Ha cambiado mucho desde los años en los que veníamos de juerga aprovechando el apartamento que tenía la abuela de uno de mis amigos. Si ya entonces era una inmensa ciudad, ahora es aproximadamente el doble de grande de como lo conocía. La playa está abarrotada de gente, el sol calienta con ganas y las terrazas está repletas de extranjeros bebiendo desde media mañana.
¡Esta ciudad jamás descansa! Desde luego si lo que se vienes buscando es fiesta y diversión, este es un gran lugar. Nosotros, tras dar un corto paseo hasta el mirador conocido como Balcón del Mediterráneo nos vamos rápidamente a buscar la sombra en alguno de los muchos locales del paseo marítimo de la Playa de Levante. No tardamos mucho en dar con un local de estética puramente americana con música en directo y aire acondicionado en el que sentarnos a tomar unas cervezas, con la playa frente a nuestros ojos. Allí pasamos un largo rato hasta que nos decidimos a continuar de paseo por los mercadillos y resto la playa hasta el Rincón de Loix.
Al caer la noche, callejeando por las concurridas avenidas del centro de la ciudad, entramos a cenar y poco a poco, entre bares y comercios sin fin, desembocamos en la puerta de nuestro hotel.
Al día siguiente nos levantamos pronto, desayunamos y bajamos un rato a bañarnos al mar. Antes de que se haga la hora de entregar las llaves, regresamos al hotel para darnos una ducha, organizar el equipaje y ponernos en ruta hacia el nuevo destino.
Castellón de la Plana
Nos alojamos en un estupendo hotel cerca de la estación del AVE a un precio bastante razonable. El lugar dista escasamente 4 kilómetros de la zona de playa, pero es tranquilo y nos permite salir a caminar al centro de la ciudad que, aunque no es muy monumental, resulta agradable de pasear. Las calles están exageradamente tranquilas, así como los bares y restaurantes que vamos encontrando por el camino. Deducimos que la gente de aquí tendrá sus casitas en la playa y que durante el verano abandonan el centro de la ciudad para disfrutar del mar.
A la mañana siguiente cogemos la moto y bajamos al Grao. Hace algunos años pasé unos días de descanso en esta zona. Recordaba que tenía unas estupendas playas y que era muy tranquila. Pasamos el día disfrutando del mar, que está algo picado, lo que le hace mucho mas divertido. Durante la tarde, después de comer, cada vez se va levantando más aire hasta que izan la bandera roja y prohíben el baño.
Aprovechamos para ir caminando hasta Benicasim entre gente patinando, montando en bicicleta y viendo aterrizar y despegar continuamente, desde un aeródromo próximo, a las avionetas que transportan a decenas de paracaidistas y parapentistas que saltan sobre la linea de costa.
Dos días más nos quedaremos por esta zona antes de emprender la última etapa de nuestro viaje, hacia el interior peninsular.
Recorrido de la segunda etapa del viaje:
Hola hacia mucho tiempo necesitaba esta informacion 🙁 al fin voy a poder terminar el trabajo del semestre muchas gracias T.T