La mañana amaneció fresca, después de una noche de lluvias. El muchacho, motero también, que me preparó el desayuno, me comenta que a pesar de ser verano en esa zona no suele pasarse calor; muy al contrario las noches suelen ser frías. Recojo y tomo carretera con la mente puesta en los Picos de Europa asturianos.
Hacia Riaño
Los primeros kilómetros transcurren siempre a la orilla del río Ebro por el Valle de Valdelomar. El paisaje es frondoso, muy verde. Huertas, dehesas y bosques se van alternando interrumpidos por pequeños pueblos de rústica construcción en piedra, adobe y madera, alrededor de sencillas pero hermosas iglesias románicas.
En mi cabeza ronda en todo momentola idea de cuanto esfuerzo y tesón han puesto los hombres de estas tierras para arrancar a la tierra, durante siglos, la riqueza suficiente para levantar tan maravilloso patrimonio, hasta en el más pequeño de estos núcleos, y que ahora el paso del tiempo está deshaciendo lenta y silenciosamente ante nuestra despreocupada mirada.
No somos conscientes de la pérdida cultural a la que estamos asistiendo, perdida que en muy poco tiempo será casi completa e irrecuperable.
Iglesias rupestres
Al llegar a Santa María de Valverde me topo con una de las extraordinarias joyas que pueblan esta comarca: La Iglesia Rupestre que da nombre al pueblo. En lo alto de un promontorio se yergue sobria la espadaña que acoge las campanas del templo escavado en la roca redonda bajo ella. A un lado, tallados en la piedra, la necrópolis.
En la zona más llana, el centro de interpretación muestra una bien montada exposición que cuenta el porqué de estas construcciones, las existentes en la zona y el como se realizaron.
Su cuidadora me acompaña hasta la iglesia, la abre para que pueda contemplarla y me da una pequeña explicación de sus detalles constructivos y su historia. Es realmente magnífica.
La montaña palentina
La mañana empieza a estar avanzada y debo continuar la marcha hacia Aguilar de Campoo y Cervera de Pisuerga. En este punto tengo dos alternativas, una atravesando las montañas, sin duda más espectacular, pero conociéndome sería mucho mas lenta a causa de mi curiosidad y mi afición a la fotografía. Decido tomar la segunda, menos ambiciosa pero igualmente interesante. Recorro inmensas rectas de paisajes abiertos flanqueados por las montañas palentinas.
Detengo en un par de ocasiones mi moto en el arcén para tomar alguna foto. Sin duda el panorama lo merece. Una moto que viene de frente hace ademán de detenerse a auxiliarme al verme parado en mitad de la nada. Le indico que todo está bien mientras me reconforta la constatación de que aun sigue muy arraigada la camaradería entre moteros en ruta.
El embalse de Riaño
En uno de los pueblos que pasé, me detuve a comprar algo de pan y una lata de conservas. Tengo la intención de comer en la mejor terraza que puedo encontrar: alguna sombra junto al embalse, con la postal de los Picos de Europa en el horizonte.
Un alto en el camino para comer en el Embalse de RiañoMientras recorro las orillas del enorme pantano, encuentro un área de descanso bien acondicionado con mesas de madera bajo la sombra de la arboleda. Es perfecto. Me detengo, preparo un bocadillo y me refresco. Empieza a hacer mucho calor.
El embalse va tomando un espectacular color turquesa según me voy acercando al pueblo de Riaño. Majestuosos, las cumbres de los Picos de Europa se reflejan imponentes en las tranquilas aguas.
Me acerco al mirador y aprovecho para tomar algunas fotos que, por más que quiera, no son capaces de capturar la soberbia belleza que mis retinas contemplan.
Por los Picos de Europa asturianos
Continuo unos kilómetros más rodando junto al embalse y cruzado sobre sus aguas hasta que me adentro hacia el corazón de la montaña, rumbo a uno de los pasos famosos de esta cordillera.
El Desfiladero de los Beyos
Sin a penas darme cuenta estoy metido en la profundidad de la grieta que el río Sella ha horadado en las montañas. La carretera serpentea por la garganta siguiendo el caprichoso discurrir de las aguas entre paredes perpendiculares por las que a penas es capaz de penetrar la luz del sol. La vegetación es densa y el agua rezuma de las rocas.
Realmente el recorrido es un deleite para el viajero. Kilómetros y kilómetros de este fascinante espectáculo natural que me conducen hasta la antigua capital del Reino Astur, Cangas de Onís.
Bien entrada la tarde llego a la bulliciosa localidad, quito el equipaje de la moto y sin más demora me dirijo a la Covadonga antes de que me alcance la noche.
Covadonga
Uno de los referentes históricos de mi país, España, es este lugar donde según la tradición, Don Pelayo propinó una aplastante derrota a los musulmanes sarracenos marcando en comienzo de la Reconquista cristiana de la península Ibérica que culminaría más de setecientos años después con la toma de Granada y la reunificación de España.
El Santuario de Covadonga
Son casi las ocho de la tarde cuando llego frente a la explanada de la basílica. Subo con mi moto hasta su entrada. Es un lugar en el que ansío tener una foto de recuerdo con mi incansable compañera de aventuras.
Después, aparco correctamente la moto y entro en el templo. Me tomo unos minutos para disfrutar del lugar y justo a mi salida las campanas comienzan a tocar las 8 de la tarde. El recinto se ha quedado tranquilo. Desde allí camino hasta la Santa Cueva donde se está celebrando una misa de peregrinos. Recorro los parajes de alrededor y ya con las últimas luces del día desciendo hacia Cangas de Onís.
Cangas de Onís
El pueblo está muy animado, con sus terrazas completas y las calles llenas de caminantes. Hace muy buena noche y tengo ya algo de hambre así es que me siento a cenaren un local tranquilo y después me doy un largo paseo callejeando por la localidad.
Tomo algunas fotos de su centro y visito su emblemático puente Romano del que cuelga la Cruz de los Asturianos. Allí acaba mi jornada.
Lagos de Covadonga
Antes de que asome el sol del nuevo día, he arrancado ya mi moto para subir a los lagos que se sitúan en lo alto de las montañas. No quiero perderme el espectáculo de ver amanecer mientras asciendo hacia ellos.
La carretera está tranquila, las vacas pastan en los laterales y cruzan parsimoniosas el asfalto. Un poco más arriba llego al primer mirador, el de la Reina. Un mar de nubes cubre los valles como si de una inmensa bruma se tratase, retirándose de verdes costas mientras el sol va ganando terreno.
Su dorada luz comienza a iluminar las puntas de las montañas y las cabras pasean despreocupadas sobre las rocas que se descuelgan hasta la carretera. Poco a poco el número de coches va aumentando. Me doy algo mas de prisa para llegar a la cumbre antes de que no me dejen pasar a los aparcamientos.
Y de repente, al girar una curva, me encuentro la soberbia imagen del Lago de Enol con sus cristalinas aguas reflejando los picos circundantes. Y tras él, el Lago de La Ercina, más bello aún si cabe. Aparco la moto y recorro a pie las Minas de la Buferrera, los miradores de Entrelagos y El Rey así como el resto de caminos y parajes de la zona.
Las vacas pastan tranquilas en las inmensas praderas y laderas verdes. Es realmente un lugar mágico. A media mañana desciendo para recoger mi equipaje y continuar la ruta.
Puerto del Torno
Dejando atrás Cangas de Onís, con destino a la costa oriental asturiana me asalta la curiosidad por conocer alguna de las aldeas que se encuentran perdidas en el espesor de la montaña. Por ello decido tomar la AS340, una carretera de escasamente 3 o 4 metros de plataforma asfaltada, sin pintar, ni arcenes, pero en un modesto y decente estado de conservación. Al llegar a un cruce, tomo lo que podría calificarse casi como una vereda asfaltada que conduce a Zardón, parroquia (aldea) a la que se llega por un túnel de arboles que crecen a la orilla del riachuelo que da nombre a la localidad.
La carretera es tan umbría y poco transitada que el área central tiene una intensa capa verde de musgo. La sensación de soledad, tranquilidad y la exuberante vegetación hacen de éstos parajes unos lugares especiales. Al fin llego a su sencilla iglesia románica de San José y haciendo un descanso, me doy la vuelta para seguir mi camino por la AS340.
Al poco comienza a ascenderse hacia los pueblos de Igena y Riensena. Los bosques se vuelven algo más despejados y las empinadas laderas parecen jardines, perfectamente segados sus pastos verdes por las orondas vacas lecheras que en ellos pastan. La zona es apreciada por ciclistas. Debo conducir con cuidado ya que a la vuelta de las estrechas curvas, con frecuencia, me encuentro alguno de ellos. No me extraña su elección, debo de ser el único vehículo a motor que se cruzan en mucho rato.
Según alcanzo cotas más altas, las arboledas desaparecen y enfilo el tramo final hasta el Alto del Torno por una carretera sinuosa y divertida de conducir. Paro en el puerto a tomar unas fotos y disfrutar de la panorámica antes de descender, ahora sí, hasta la costa.
Espectacularmente narrado, acompaña la vision de aquellos lugares de encanto historico. Gracias!
Muchas gracias Carmen!!
Un placer describir los lugares que visito y las sensaciones que me transmiten. Para mí es una oportunidad de revivir lo ya visitado y espero que para quien lo lee, la de viajar un poco a ellos a través de mis ojos y mis relatos.
Un abrazo.