La jornada, siempre hacia el sur una vez dejadas atrás las estribaciones del Atlas, nos adentra cada vez más en los cautivadores paisajes de tierras desérticas y cielos infinitos solo interrumpidos por tramos que discurren junto a cauces de ríos casi secos, que sin embargo dan vida grandes palmerales.
Dejamos atrás Mequinez por tranquilas carreteras que atraviesan extensiones ganaderas. Los márgenes de las carreteras están llenas de botellas de cerveza rotas, paradojas de estas tierras islámicas donde el consumo de alcohol está proscrito pero que en el anonimato de las noches en campo abierto parece ser común.
La N13 dirección sur.
Desde que salimos de Mequinez no hemos dejado de descender por esta misma carretera. Al oeste de ella, poco después de iniciar la jornada, dejamos atrás las cataratas de Zaouia d’Ifrane y Oyon Om Errabiaa sin tiempo para visitarlas. Tenemos un largo camino por delante, ¡tendrá que ser para otra ocasión!
Monos en el Átlas.
Una de las cosas más sorprendentes de esta zona son los espesos bosques con monos que anteceden al seco páramo que se sucederá cuando descendamos por la vertiente sur del Átlas. Años atrás, por estas mismas estribaciones nos sorprendió la lluvia haciéndonos incómodo el viaje.
En esta ocasión paramos a ver los monos y los puestos de artesanías y fósiles. Juan se lo pasa como un niño dándole de comer a estos pequeños granujas peludos de monos que saben hasta latín.
Palmerales y montañas.
Los kilómetros van sucediéndose entre largas rectas flanqueadas por extensas planicies pedregosas y tramos más serpenteantes que bordean y escalan a las montañas que nos vamos encontrando. Junto a ellas, cauces secos de ríos de aluvión fecundan palmerales que proveen de subsistencia a los pequeños pueblos que junto a ellos se asientan.
Miradores con pobres puestos de fósiles, artesanías, frutas o cerámicas nos ofrecen descanso y nos brindan bellísimas panorámicas. Hace calor. Cada poco rato paramos a beber agua y estirar las piernas y así van cayendo las horas. El medio día nos coge atravesando Midelt.
Midelt.
Una enorme manzana en mitad de una rotonda nos indica que estamos atravesando el área más moderno de la ciudad, que también alberga un casco antiguo más tradicional. Existen en ella algunos enclaves que bien merecen una visita en caso de elegir esta localidad como lugar de descanso. La intrincada Kasba Outhmane Ou Moussa, el monasterio cristiano de Notre Dame de l’Atlas y el entorno y Mosquée Salam son algunos de esos lugares.
Nosotros tan solo paramos para comer y lo hicimos deliciosamente en el Restaurante Merzouga. Su extrovertido dueño nos hizo pasar un estupendo rato y la comida fue sabrosa y a un precio muy razonable. Sin duda este es un lugar muy recomendable donde parar.
Continuando la ruta nos esperan unos cuantos tramos más de divertidas curvas, miradores sorprendentes y paisajes tan sorprendentes como las estribaciones de Aït Ben Akki, con las cataratas de Darmshan, junto al lago Hammat Mulay.
Las rocas y la fina arena desértica son de color rosado, alternando la vetas más oscuras. La puesta de sol, dorada, nos acompaña los últimos kilómetros que nos separan de nuestro destino.
Er-Rachidia
Esta ciudad no ofrece ningún atractivo turístico. Se trata, esos si, de una animada ciudad universitaria aunque con pocos establecimientos de aspecto algo más occidental.
Salimos a cenar algo y nos paseamos por el centro buscando algún local donde sentarnos a tomar algo mientras nos distraemos con el omnipresente futbol televisado, en este caso de liga marroquí.
Un rato de charla pone fin a la noche. Regresamos caminando hasta nuestro hotel situado a la entrada de la ciudad.
Queda pendiente:
Las cataratas de Zaouia d’Ifrane y Oyon Om Errabiaa
Al sur-oeste de Mequinez.
Notre Dame de l’Atlas
Un comentario