Desde Plymouth hasta Conventry.
El paso en barco es una maravilla. Cómodo y ameno a pesar del temporal de lluvias y viento que nos acompaña toda la noche.
Al llegar a Gran Bretaña, Plymouth nos recibe con un soleado rato de tregua. El desembarco es rápido y, de no ser por lo apretado del horario, habríamos reservado un rato para disfrutar de la ciudad. Parecía ser bonita.
Cogemos rápidamente carretera y durante algunos kilómetros disfrutamos de un agradable paseo por la campiña británica sólo incomodado por el viento racheado que cada vez nos acompaña con más violencia hasta que termina apareciendo la lluvia.
La carretera es muy recta, lo cual ayuda, dadas las condiciones de conducción que tenemos. El agua y el intenso tráfico de camiones nos obliga a conducir completamente a ciegas y el fuerte viento racheado nos bambolea de tal forma que resulta agotador el conducir luchando en todo momento por mantenerse en el carril mientras prácticamente deslizas sobre el viejo pavimento volviendo muy peligrosa la etapa.
Con las últimas luces, salimos de la carretera y buscamos alojamiento con urgencia. Incluso llegar al hotel se vuelve complicado. Terminamos cruzando con las motos por un paso elevado para peatones sobre la autopista. Ningún policía estaba allí para sancionarnos, no es de extrañar dado el como estaba la noche.
Desde Coventry a Liverpool
El día amanece como se despidió el anterior, ventoso, oscuro y lluvioso. La recepcionista del hotel, una cincuentona educadamente descortés, no fue capaz de proporcionarnos una conexión a la wifi de forma comprensible, de manera que nos pusimos en marcha sin planos de carretera precargados.
Esta situación a la postre nos iba a ocasionar problemas cuando avanzados algunos kilómetros. A causa de las numerosas obras que nos encontramos en la carretera y los sucesivos desvíos provisionales deficientemente indicados llegamos a un punto que estamos completamente perdidos. La broma nos cuesta unas cuantas decenas de kilómetros y mas de una hora de conducción bajo la implacable lluvia. Es frustrante y agotador conducir todos los días en esta condiciones. Estamos permanentemente calados y fríos, yo ya he perdido la voz y me siento muy dévil.
Con paciencia, no nos queda otra, al caer la tarde nos encontramos en las afueras de Liverpool. Algunos rayos de sol asoman tímidamente sobres los tejados. Son anaranjados y déviles, las últimas luces del atardecer, pero al menos nos alegran un poco la vista. Con cierta dificultad conseguimos encortrar alojamiento. Es difícil movernos por una gran ciudad sin disponer de planos con los que manejarnos pero al final llegamos al Youth Hostel en el que nos alojaremos. El sitio mola, no tiene ningún lujo pero es divertido, desenfadado, barato y está lleno de gente joven. Coincidimos con un equipo juvenil español de balonmano que se sorprenden mucho al saber que venimos en moto desde España para ver las carreras de la Isla de Man. Charlamos, reímos y vemos vídeos de la carrera. Nos deseamos mutuamente buen viaje y nos despedimos.
Liverpool
Me encuentro fatal, tengo fiebre alta y estoy helado. Todo el cuerpo me duele y no estoy en un alojamiento donde pueda recuperar algo del calor que necesito, pero gracias a Dios tengo Antigripales del Ejercito, que son capaces de levantar a un muerto. Me aplico una dosis y salimos a tomar te y cenar.
Damos una larga caminata visitando la ciudad. Lo que veo me gusta mucho pero lamentablemente no estoy en condiciones para disfrutar de ella. Hace muchos años estuve fugazmente aquí y pude visitar el famosísimo «The Cavern» el local donde los míticos Beatles comenzaron a tocar. Esta vez llegué hasta la puerta del local (o los locales, porque realmente son dos: el auténtico y el comercial) me tome unas fotos que me abstengo de mostrar por el aspecto lamentable que tengo y con las mismas me marché hacia el hostal a dormir.
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