Acabar la Ruta Spondylus o Ruta del Sol en su extremo sur, en Salinas, bien merece una agradable tarde de descanso y relax en un lugar especial. Y sin duda, ese sitio es El Barranco de Ancón.
Camino a Anconcito.
Dejando atrás la vacacional población de Salinas, en dirección oeste hacia el aeropuerto, quedará a nuestra izquierda, al norte, la reserva natural de La Chocolatera. Al llegar a la Puntilla de Santa Elena, la carretera girará hacia el sur, transcurriendo durante kilómetros junto a la majestuosa y solitaria costa del Pacífico, que en esta zona aunque aparenta tranquila, se trata de una peligrosa zona prohibida para el baño a causa de sus corrientes.
A penas algunas industrias relacionadas con los camarones y unas pocas casas de vacaciones salpican el espacio abierto que flanquea la carretera hasta llegar a la Playa de Punta Carnero, la única a resguardo que permite disfrutar del océano.
Continuando junto a la costa llegamos a Anconcito, de la que pasamos de largo hasta alcanzar las afueras de Ancón.
Ancón. El petróleo y su barrio inglés
La ciudad gozó de un cierto desarrollo industrial gracias a sus pozos de petróleo. Aun unos pocos continúan bombeando a día de hoy. Como reminiscencia de ese pasado quedan en pie un puñado de construcciones de estilo inglés, levantadas por la comunidad de trabajadores, de esa nacionalidad, que trabajaron en este recurso. Por ello, a esta tranquila área cercana ya a la costa, se la conoce como Barrio Inglés.
La costa en este punto está acantilada e inaccesible. Es árida y continuamente batida por el viento y el poderoso océano, lo que la convierte en un enclave despoblado.
El Barranco
Escasamente unos minutos después llegamos a un hermoso restaurante que domina el acantilado. En su interior, un bellísimo mirador de madera se asoma hasta el borde mismo del acantilado.
Las aves ascienden planeando sobre a las corrientes de aire que recorren las laderas. Bandadas de ellas pasan incesantemente frente a nuestros ojos con las últimas luces del día.
Desde aquí, con una cerveza y unos ricos aperitivos típicos ecuatorianos, nos asomamos a la barandilla a disfrutar el magnífico espectáculo de ver al sol poniéndose sobre el océano, mientras los barquitos pesqueros regresan a puerto.
Ya sentados a la mesa, con los últimos rayos de luz anaranjada pintando de oro al Pacífico, terminamos de cenar y damos la bienvenida a la cálida noche. Sin duda es un gran broche final para unos días de ruta junto a las olas de un océano recién conocido para mí.
Curiosidad: Aquella tarde celebramos el día del amor y la amistad, junto con mis grandes amigos Pilar y Jorge, fiesta equivalente en Hispanoamérica al día de San Valentín en España.