El gran destino vacacional del sur de Ecuador es el lugar donde finaliza la Ruta del Sol. Sin embargo, no es por ello por lo que titulo esta publicación como «el descanso del guerrero«. Lo cierto es que llegar hasta Salinas fue un plácido viaje siguiendo la línea de costa, con un clima delicioso y la camaradería de mi amigo Pablo.
Cuando decidí dar éste título a la publicación fue, más bien, por unos visitantes que año tras año acuden hasta esta costa a sanar sus heridas después de la lucha. De estos guerreros me hablaron mis amigos Jorge y Pilar, que me acogieron en su casa toda una semana y me llevaron, de acá para allá, a conocer extraordinarios lugares.
No solo eso, también me presentaron a sus amigos, gente encantadora, con los que cada noche compartimos cenas y amenas charlas, e incluso paddle board.
Los guerreros de los que hablo no son otros que los lobos de mar que, procedentes de las frías costas peruanas, llegan hasta estas aguas tras haber sido vencidos otros machos en la lucha por poder aparearse.
En una pequeña roca azotada por las fuertes corrientes, alejada unos kilómetros de la urbanizada bahía, estos machos se agolpan a descansar tumbados al sol mientras reponen sus fuerzas.
Cada mañana, Pilar y Jorge caminan por el Reserva Natural de La Puntilla desde la Chocolatera hasta La Lobera. El paseo, de algo más de 2 kilómetros entre ambos extremos, recorre la Playa de las 3 cruces y la Playa del Mar Bravo.
Asomado al peñasco donde las corrientes revuelven los fondos volviendo el color de las aguas oscuro, de ahí el nombre que toma el lugar de «La Chocolatera«, me encuentro en el punto más occidental del Ecuador, y por tan solo 23km no estoy en el más occidental del continente.
Entorno a éste punto se ubican una serie de miradores, entre los que destacan el del Soplador, en el cual la fuerza del océano hace que se proyecte un potente chorro de agua que brota a través de una grieta en las rocas bufando con sonoridad.
Muy cerca se sitúa el Faro de La Puntilla y desde él arranca el camino junto a la costa que, por las fuertes corrientes existentes, se mantiene prohibida el baño. Resulta difícil de creer que sea tan peligroso, mientras paseo por la arena fina.
Las olas no son demasiado grandes pero al parecer si lo son traicioneras. De ello dan cuenta las cruces colocadas en el camino como recuerdo a los ahogados en la zona.
La Playa de las 3 cruces acaba en el mirador de Punta Brava, con su cobertizo de madera que ofrece unas fabulosas vistas del Océano Pacífico.
La playa está llena de cangrejos rojos que por centenares corren a apartarse de mi caminar por la linea de mar. Continuamos el paseo por la también virgen Playa del Mar Bravo hasta llegar a los restos semidesarmados de otro gran cobertizo de madera que parece haber sido un antiguo puesto de vigilancia.
A escasos metros se eleva el camino hacia la punta de roca sobre la que se alza el mirador de La Lobera, una sencilla pero bonita estructura de madera que permite divisar con cierta cercanía los animales y su lucha por vencer el empuje de de las olas, para encaramarse a la roca.
El viento en este lugar sopla fuerte y las olas son poderosas. A escasos 100 metros, ya en el mar, asoma la agreste roca en la que decenas de animales descansan amontonados al sol, en pacífica compañía.
No habiendo hembras de por medio, no hay peleas. Como en todas las especies, pienso para mí. Nos tomamos unas fotos, bromeamos sobre los desdichados ejemplares que allí sanan sus heridas desterrados y cogemos de nuevo el mismo camino para la vuelta.
Al regresar a la playa observo como un par de chavales regresan hacia el cobertizo con sus tablas de surf. Me detengo unos minutos a observarlos y cierto una cierta envidia de ver como planean sobre las olas. Me gustaría saber hacerlo.
El resto del regreso lo hago por el camino junto con mis amigos a buen paso, ya la mañana está avanzada y pronto el sol será demasiado potente para aguantarlo.
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