El norte de la provincia de Burgos es un territorio agreste. Batido por bravos vientos, resulta solitario, de paisajes infinitos y de recio clima.
Su belleza es cautivadora y hasta cierto punto hipnótica. Resulta imposible atravesar estos paisajes sin sentirse atrapado por ellos, por sus cielos inmensos y por la sensación de aislamiento del resto del mundo.
Estas tierras vivieron hace décadas el espejismo del petróleo, «el Texas español«, que traería a estas duras tierras un futuro industrial. Con los años el sueño se desvaneció y ahora, detenidas definitivamente las últimas torres de extracción petroleras, son los molinos eólicos los que han traído una nueva forma de explotar los elementos de esta comarca.
La vegetación de la zona: apenas matorral que lucha con el pedregoso terreno, ha sido acompañada por un intento humano de poblarla de pinar. A buen seguro hace siglos si tuvo esta masa arborea. Pero por desgracia este mayo de 2019, cuando he recorrido la zona, he podido ver como los incipientes pinos han sido arrasados por la plaga de la oruga procesionaria.
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