Rumbo al Cabo de San Vicente

Viaje al sur de Portugal

Recorrer la costa sur-atlántica de Portugal es un maravilloso viaje en que disfrutar de la cultura, historia y naturaleza de un país fascinante.

Entrando por el Puente de Ayamonte

Atravesando el puente Internacional de Ayamonte se atraviesa la Frontera entre España y Portugal sobre el inmenso cauce del Río Guadiana. Se deja atrás la autovía A49 española para entrar en la autopista de pago A22 portuguesa. Abandono esta por la primera salida que encuentro en dirección a la costa.

Tras unos cuantos kilómetros de trazado urbano prácticamente ininterrumpido se alcanza la conocida capital de la región del Algarve.

Faro

En las cercanías de los accesos al aeropuerto me desvío hacía la marisma por la M527-1 y en unos escasos minutos me encuentro cruzando las aguas por el estrecho puente que comunica la playa con la tierra firme.

En el aparcamiento me encuentro un curioso monumento que me recuerda que en esta ciudad se celebra cada mes de julio la internacionalmente conocida concentración veraniega de motos que organiza el Moto Clube Faro.

Playa de Faro

La playa es de arena blanca y fina, estupenda, larguísima y muy animada. Echo un descanso en una de las varias terrazas junto al paseo, con mi moto aparcada a la vista para no descargar el equipaje. La cerveza es barata y buena… el café ni contar!!

Aprovecho para almorzar un rato y ponerme en marcha de nuevo. Continúo atravesando la periferia de Faro primero, y una sucesión de pueblos durante kilómetros y kilómetros, siguiendo el trazado de la N125. La carretera está en obras lo cual me ralentiza mucho el trayecto pero me resulta un agradable paseo en el que de cuando en cuando me veo obligado a parar un rato en el lateral de la carretera. En una de las paradas aprovecho a comprar naranjas, buenísimas, en uno de los numerosos puestos de fruta que se suceden a la entrada y salida de cada pueblo.

Lagos

Al caer la tarde, cruzando la Ribera del Bensafrin llego hasta el casco histórico de esta magnífica ciudad que combina historia, naturaleza y ocio a raudales. La ciudad está compuesta por un laberinto de estrechas calles animadas, predominantemente blancas y algunas placitas repletas de bullosas  terrazas en las que cenar toda clase de comida tanto portuguesa como internacional. Una estupenda lonja, un buen número de pubs y un mercadillo a lo largo del paseo ribereño completan la oferta de ocio de la localidad hasta bien entrada la noche.

Mercado de los esclavos.

Se trata del lugar más antiguo de venta de esclavos del continente europeo y del mundo. El edificio fue construido alrededor del año 1444 y a él acudían compradores portugueses y personas del resto del continente a comprar esclavos traídos del norte de África.

Se estima que decenas de miles de seres humanos llegaron y fueron vendidos aquí.

 

 

Fortalezas y templos y plazas

Puerta de muralla frente al Forte da Ponta da Bandeira

La ciudad está magníficamente fortificada en la desembocadura del Río Bensafrim al Atlántico.  La zona es extraordinariamente bonita al combinarse los jardines y palmeras con las murallas y el mar. Es de especial belleza la Plaza del Infante Don Enrique, en la que se sitúa el Mercado de los Esclavos, el Hospital Militar, la magnífica Iglesia de Santa María y muy cercana también la de San Antonio.

 

 

Playas y ocio.

 

Para poner el colofón, las playas urbanas acantiladas, con

pequeñas calas de arena fina que recorren el litoral desde el céntrico Forte Ponta da Bandeira con la Praia Batata junto a él, pasando por la Praia dos Estudantes, la Praia do Pinhao, la Praia do Camilo, las de Benagil con sus grutas y la de Dona Ana, hasta el Faro de Ponta da Piedade

 

 

Cabo de San Vicente

Fortaleza de Sagres

Desde la pequeña localizad que da nombre a una de las cervezas más conocidas de Portugal sale una carretera que se dirige recta hasta la fortaleza que domina la costa acantilada. El paisaje es sobrecogedor, de una belleza dura, agreste, genuina. El promontorio está despojado de toda vegetación y a sus costados ruge el Océano Atlántico con violencia batiendo los inmensos acantilados que se pierden hasta donde alcanza la vista. A mi derecha, mi a lo lejos, a poniente, se acierta a ver el cabo de San Vicente, el hito que me ha traído hasta estas tierras y me a empujado a adentrarme en estos parajes. Me salgo de la empedrada carretera y me acerco al borde de los acantilados con la esperanza de poder plasmar lo más que pueda en una foto de la impresión que me transmite este lugar.

Es sin duda uno de los mas bellos en los que he estado nunca. Charlo un rato con unas turistas que se me acercan al verme con la moto junto al cortado y veo como el sol empieza a declinar. Decido bajar a la solitaria playa a tomar unas últimas fotos antes de que se haga la hora de dirigirme al Cabo, donde pretendo ver ponerse el sol sobre el mar.

Sin demorarme demasiado tomo alguna foto que atestigüe mi paso por estas tierras que siento como uno de los confines de Europa y aprieto el paso ya que ahora sí la oscuridad empieza a caer con rapidez.

 

 

 

Puesta de sol en el Faro de San Vicente.

Al caer la noche llego al Cabo de San Vicente y doy cumplimiento a un ritual que tiene algo de mágico: Sentado en las rocas, escuchando el rugir del mar batiendo los acantilados sobre los que me encuentro, una sensación de extraña paz me invade mientras los últimos rayos anaranjados del sol se ponen en el azul grisaceo del océano.

 

En unos minutos no queda ya nadie allí. Retorno a la tranquila Sagres donde me espera una magnifica cena con el indispensable bacalao, buque insignia de la gastronomía de estas tierras, aunque en un restaurante muy agradable y moderno con una recetas exquisita y mas actualizada que me entra ya por los ojos nada más la sirven.

Sines

A la mañana siguiente tomo la N120 en direción norte y me adentro en una hermosa carretera de doble sentido y curvas suaves que me permite disfrutar de un paseo maravilloso. Voy atravesando pueblos de mayor o menor interés monumental, castillos, algunos ríos y en todo momento se van alternando verdes dehesas y áreas boscosas. El Atlántico esta cerca, a contados kilómetros a mi izquierda aunque en ningún momento lo diviso. Constantemente aparecen entradas perfectamente señalizadas a las distintas playas de la zona. Tras un buen rato de agradable ruta llego a las inmediaciones de Sines acercándose ya la hora de comer.

La ciudad es la cuna de nacimiento, en 1469, del gran navegante, explorador y virrey de la India D. Vasco da Gama. Nació en una casa cerca de la iglesia de Nossa Senhora das Salas, lugar donde ahora se encuentra la estatua que rinde homenaje a su hijo ilustre, en las inmediaciones de la fortaleza que vigila desde lo alto la bahía dando protección al casco histórico de la ciudad.

Aunque la ciudad es sugerente y localizo cerca algunos cafés con un aspecto encantador, decido no tomarme mucho tiempo, llegar el deposito y poner rumbo a Lisboa lo antes posible a causa del amenazante cielo que preludia tormenta. Por ese mismo motivo y, muy a mi pesar, me decanto por tomar la autopista de peaje A26, mas monótona pero también rápida. Hubiese preferido seguir recorriendo las carreteras de la costa, pero la lluvia hace acto de presencia con prontitud y es preferible llegar a destino lo antes posible, dado que aun queda un largo trecho.

Al caer la tarde me encuentro atravesando el fabuloso Ponte 25 de Abril. Estoy en la capital portuguesa.

 

Lisboa

Al llegar a la orilla lisboeta la lluvia desaparece. Hace calor, mucho calor, y el trafico es denso pero no me disgusta demasiado. Conozco suficientemente la ciudad como para manejarme con facilidad por ella. Esta es mi cuarta visita a este lugar que tanto me gusta. Lisboa tiene un sabor entre decadente y reluciente, es alegre, caótica, monumental, portuaria, y sobre todo, ahora si, es una ciudad abierta al mar. De mis anteriores visitas recuerdo la progresiva recuperación de su ambiente más ribereño y me alegra enormemente comprobar que la tarea esta casi concluida. Es una maravilla sentarse en el enclave principal de la ciudad, la Plaza del Comercio, volcada a la desembocadura del Tajo y observar el paso de grandes barcos y, como no, divisar a lo lejos es magnífico puente por el que llegué.

Así, plácidamente, despido los últimos rayos de luz del día. Estoy feliz, en una ciudad que siempre me ha encantado, la noche es agradable y me espera un despreocupado pasear por sus distintos barios bajos y altos para degustar unas cervezas y picotear lo que encuentre. Mañana será otro día, día de volver para España, pero ahora estoy esta bulliciosa perla.

 

Ver también…

Lisboa fascinante

Apuntes de viaje:  Lisboa fascinante

 

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