Abril de 2025.
Echando la vista atrás…
Una vez terminado el viaje a Marruecos en la primavera de 2025 echo la vista atrás para hacer memoria de lo vivido en estos días de aventura y reflexionar sobre todo ello.
Cambios, modernización y occidentalización.
Han sido tan solo siete los años transcurridos desde mi primer viaje en moto por Marruecos hasta este tercero y, sin embargo, pareciese que hubieran pasado décadas dado el acelerado ritmo con el que este país ha cambiado, especialmente en las zonas más aisladas.

Mejores infraestructuras.
Las carreteras han mejorado mucho ganando facilidad de acceso a los lugares más aislados pero restándole ese componente de aventura que suponía ir sorteando las dificultades en las vías muy destruidas.

También las áreas urbanizadas se han llenado de paseos organizados con aceras, elegantes farolas y locales de fachadas que buscan una modernidad occidental. Todo ello seguramente es muy positivo para la población local pero no puedo evitar recordar, con cierta nostalgia, las imágenes guardadas en mi memoria cuando docenas de niños nos acompañaba con su griterío, desde los arenosos bordes de la carretera, al paso de cada población.
También recuerdo los sucios talleres y las tiendecitas con sus gentes laborando, al pie de las puertas, y las humaredas de sus barbacoas entre un desorden de furgonetas, animales y personas. En definitiva, todo era un frenesí de actividad más precaria, pero también más auténtica.
¿Cuántos mundos hay en un solo mundo?
Sin embargo, en este Marruecos de 2025 aun se perciben con dureza los contrastes de muchos ‘marruecos’ concurrentes, pero muy distintos.

Estratos sociales.
La miseria más extrema de los nómadas bereberes que habitan las montañas se encuentra a escasos 10 minutos de los, también pobres, pueblos de los valles, que a su vez son otro ‘Marruecos’ distinto del de las grandes ciudades inmersas en una carrera por la modernización occidental.

Las bandadas de niños sonrientes y pícaros, que nos encontramos por centenares en las muchísimas escuelas rurales, contrastan con los famélicos niños de caras tristes y sucias que se asoman a las carreteras, junto a un puñado de cabras, en lo alto de las montañas.
Estos niños están condenados ¿quizás? a repetir, una vez más, el ciclo de vida de sus padres y antepasados. Sin escolarizar, sin un techo bajo el que dormir, su único horizonte es el de ver la vida pasar, junto a su escuálido rebaño de animales, entre los fríos riscos y la carretera.

Su existencia es infinitamente pobre y, a juzgar por sus caras, no parece feliz. Aún así, no puedo evitar preguntarme si tal vez haya algo de felicidad en esa libertad de vivir ajenos al mundo hasta el día en que su reloj se pare y sus ojos vean ese último amanecer bajo una lona, junto a la sempiterna tetera caliente.
Distintas velocidades.
A su vez, el ritmo pausado de las áreas rurales contrasta con el ajetreo de las grandes urbes. Los adolescentes que inundan las explanadas de las escuelas, las bicicletas, los tajines que tardan una hora en llegar a la mesa desde la chisquereta que a nadie parece molestar con su humareda. Y mientras, en las ciudades todo es un caótico ejercicio de supervivencia diario.

Manadas de buscavidas tratando de sacar un dirham al viajero, ofreciéndole hasta lo más estrafalario. Un fluir continuo de toda clase de vehículos de tracción mecánica, animal y humana, en todas las direcciones y con escaso orden.
Comercio, interacciones y trato.
También, la manera en la que el unos y otros se relacionan con el viajero, muestran mundos distintos. Donde el turismo es aun escaso, la gente es sencilla, pausada, a veces poco expresiva y otras veces muy servicial y cercana, pero siempre resulta más tranquila y honesta. Por contra, el las zonas influenciadas por el turismo, el mercadeo es demasiado evidente y en muchas ocasiones atosigante.

Lo peor, sin duda, se encuentra en las grandes ciudades, donde la relación con los extranjeros es mayoritariamente extractiva. A ojos de muchos, los viajeros somos una ‘cartera con patas‘ y ante esto no importa incumplir la palabra dada, el precio acordado y allanar el respeto más básico al espacio personal.
Aunque no es generalizado, en muchos momentos resulta difícil disfrutar con tranquilidad de un atardecer, una compra o una comida sin tener encima una legión de vendedores de toda clase de cachivaches y ofertantes de infinidad de servicios no deseados, por innecesarios y disparatados que resulten.

Contrastes.
También hay muchos ‘marruecos’ en cuanto a las tradiciones y la religiosidad. En mi primer viaje era común encontrar coches parados y hombres reclinados en el lateral de la carretera cumpliendo con el momento de la oración. La práctica totalidad de las mujeres llevaban cubiertos sus cabellos, muchas otras además sus rostros y cuerpos, con prendas de riguroso negro o de variados colores, dependiendo de las zonas.
Hoy, sin embargo, mujeres de todas las edades van descubiertas y vestidas occidentalmente. La proporción entre las que se visten de forma tradicional respecto de las que lo hacen al modo occidental varía entre las distintas zonas del país. No es extraño encontrar lugares donde unas y otras se reparten a partes iguales y se mezclan en un mismo grupo las unas junto a las otras.

El nivel económico también supone un salto abismal entre unos y otros. Como en muchos países fuera de ese llamado ‘primer mundo’, aquí apenas parece existir una clase media.
Muy al contrario, la población se divide entre una inmensa masa humilde, o extremadamente pobre, y una minoría ostensiblemente rica, con coches de lujo, vestimenta occidental y alarde de adornos.
Resumen.
Marruecos está cambiando mucho y muy rápido. Sus atractivos naturales no van a dejar de estar ahí y siempre harán al país recomendable para su visita, pero puede que la mejora de sus infraestructuras y alojamientos provoque que el turismo masivo desvirtúe en gran medida su genuina esencia.

Es por ello que conviene no esperar mucho si uno quiere saborear la sensación de aventura que aun ofrecen ciertas regiones antes de que el turismo de masas empuje a que se edifiquen con escaso gusto y se llenen de excursiones y menús occidentales.
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Ver también (de este viaje):
La garganta del Dades
La kasbah de Assilah
Y además …
Las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. (Fez, Marrakech, Rabat y Mequinez)
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