Organizamos el equipaje, lo colocamos en la moto y nos ponemos en marcha con la idea de desayunar en ruta. Una vez dejamos atrás la desordenada Pereira (Departamento de Risaralda), paramos en un tranquilo restaurante de carretera con estupendas vistas a las praderas.
El camarero nos pregunta si vamos hacia Filandia, la turística localidad de la zona. Terminamos con nuestras arepas con huevos rancheros y café, tomamos algunas fotos y recorremos los 12km que distan hasta llegar allí atravesando la hermosa campiña verde.
Filandia.
Se trata de un colorido pueblo de esencia cafetera muy bien conservado. Tanto su parque principal, la iglesia y las calles que parten de la plaza son una fiesta de colores, música, bullicio y negocios enfocados al turismo.
Cafeterías y locales delicadamente decorados, con abundantes dulces y comida para picar, se alternan con tiendas de souvenires, regalos, ropa y por supuesto, aromático café de Quindío, departamento en el que nos encontramos.
Nos sentamos en una cafetería con clientela local y tomamos un tintico (como aquí denominan al café sólo) antes de continuar viaje hacia nuestro siguiente destino.
De camino a Salento
En la carretera comienzan a aparecer señales que nos advierten de la presencia de fauna de lo más exótica. Zarigüellas, monos, osos hormigueros, cocodrilos, serpientes y un sin fin de animales representados en señales amarillas que no dejaremos de encontrarnos en las próximas etapas.
Paramos a tomar algunas fotos de recuerdo, coleccionismo común entre viajeros, que se añadirán a otras semejantes con camellos, llamas y variopinta fauna propia de destinos lejanos a mi tierra de España.
Valle del Cocora.
Los últimos kilómetros transcurren alternando praderas ganaderas con frondosos y húmedos bosques. Llegando al valle nos cruzamos con muchos jeeps de llamativos colores que pasean a turistas, principalmente extranjeros.
Ya cerca de llegar a destino, la carretera se convierte en pista por la que transitan caballos y gran número de visitantes de ésta atracción natural. Llegamos hasta el último aparcamiento donde poder dejar la moto, nuestros pertrechos y los cascos a buen recaudo. Nos ponemos indumentaria cómoda y caminamos escasamente 1km hasta acceder al recinto.
Las delgadas y altísimas palmeras se alzan por las laderas de las montañas que nos rodean, sobresaliendo entre la niebla que se levanta con la humedad del ambiente y las altas temperaturas.
La entrada y los senderos acondicionados para la visita están hermosamente ajardinados y adornados creando un bonito reclamo, si bien, le restán naturalidad al entorno.
Adentrándose más en el bosque la naturaleza gana terreno a la artificialidad pero no tenemos el tiempo suficiente como para recorrer las más de dos horas de camino que ellos nos llevaría.
Nos conformamos con disfrutar de las vistas que nos rodean, y una cómoda caminata, hasta que la hora del mediodía se nos echa encima obligandonos a regresar a la moto para continuar con nuestra etapa.
Sorpresa en la carretera.
Por el camino, a punto de dejar atrás el valle, nos encontramos una camioneta a la que acaba de caerle encima un árbol del los muchos que forman el túnel boscoso por el que transitamos.
Afortunadamente no ha habido daños personales que lamentar pero la vía está cortada. Pronto, llega una cuadrilla de vecinos de la zona con una motosierra. El resto de hombres que estamos esperando nos prestamos a colaborar cargando sobre nuestros hombros el árbol para permitir que vayan troceandolo con la sierra dañando lo menos posible el vehículo accidentado.
En un rato todo está despejado y podemos continuar viaje. El resto de la jornada transcurre sin nada que reseñar, disfrutando de los hermosos paisajes de Quindío y Tolima antes de llegar al Alto de La Línea.
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